19 Junio 2019

Hice clic confiadamente en el enlace y esperé con impaciencia a que se cargara la página. Misioneros decapitados en Turquía por predicar el Evangelio de Jesucristo. Sentía que mi corazón se hundía en lo más profundo de mis entrañas, y mi garganta ahogó un amenazante ¡¡NO!! Sabía exactamente lo que David me estaba preguntando. Excepto que no quería tener que responder.

Todavía estábamos hablando de un posible futuro juntos, él estaba lejos en una isla en el Golfo de Campeche, yo estaba segura y cómoda en mi cama matrimonial cubierta de gamuza color crema en una habitación pintada de color Frambuesa Cordial. En cuanto al artículo, no era él simplemente compartiendo una noticia interesante y muy trágica en el mundo cristiano moderno, sino que me estaba haciendo una de las preguntas más serias que jamás haya pasado por mi cerebro de 17 años. No me estaba preguntando si lo amaba, o si quería ser misionera, o si me importaría vivir en México. Iba mucho más allá del matrimonio y de cualquier tipo de traslado físico que potencialmente haría. Me estaba preguntando si estaba dispuesta a dar mi todo… mi TODO por el evangelio.

Entré al cuadrilátero y comencé la lucha. Sí, Dios, iré. Nooo… ¡¡no me preguntes demasiado!!

No recuerdo cuánto tiempo estuve en agonía espiritual, solo que fue exactamente eso. Una lucha agonizante con mi Dios y mi Salvador. Miré una y otra vez por fe esas manos perforadas por los clavos y reprendí mi cobardía. ¿Cómo no podría decir que sí? Me sentí azotada, totalmente derribada, pero llena de paz.

Varios años después, me senté junto a la piscina de un hotel, con el corazón hecho pedazos y la mente encadenada en un absoluto calabozo . Tres cuadras calle arriba, mi precioso bebé de casi dos meses yacía sedado en la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales, conectado a soporte vital, recibiendo diálisis y transfusiones de sangre.

“¡No te lo puedes llevar!” Gritaba dentro de mí durante el último mes. “¡Él TIENE que mejorar! ¡Él es mi bebé y lo quiero aquí conmigo!”. No había forma de que lo abandonara. “Mientras hay vida, hay esperanza”, decía con confianza, decidida a que el Día de Gloria de Damián sería mucho después del mío. Pero esa tarde no pude más. Me rendí ante su sufrimiento, mi sufrimiento, el de David y de los demás niños. Finalmente dejé, cual Jacob, que el ángel tocara mi muslo y salí cojeando, derrotada. “Tómalo, Señor, si quieres. Él es tuyo de todos modos.”

Y Él lo hizo. Al día siguiente, Dios envió a sus ángeles y levantó a mi bebé de mis brazos a los brazos de Jesucristo. Se fue, escuchando los acordes melodiosos del conocido himno de Isaac Watts:

Sus manos, su costado y pies de sangre manaderos son, y las espinas de su sien, mi aleve culpa las clavó … 

y abrió sus ojitos de bebé para mirar el rostro del Salvador.

Yo había luchado pero finalmente me rendí. Dios había ganado, y a través del dolor la paz más profunda, esa paz inexplicable que sólo Dios puede dar, recorrió mis brazos muy vacíos.

No mucho después de que perdimos a nuestro pequeño Damián, me encontré batallando nuevamente con el Señor. Estábamos siendo tratados muy mal, muy injustamente, muy carnalmente por hombres en los que pensábamos que podíamos haber confiado. Mi corazón se levantó en rebelión. No era justo. Éramos jóvenes, vivíamos tan aislados, no merecíamos esto, todavía estábamos de duelo. Quería hacerles pagar, hacerles darse cuenta de su comportamiento totalmente horrible. Entonces, esas palabras penetrantes surgieron de nuevo: ¿Estás dispuesta a darme todo? No era de vida a muerte lo que Dios me estaba pidiendo. Él estaba pidiendo mi vida viva. Cada gota de ella. Cuando nuestra soporte financiero se viera comprometido, ¿seguiría confiando en Él? Cuando nuestro domicilio y pueblo fueran atacados, ¿me quedaría y cumpliría con Su llamado? Cuando fuimos abandonados por tantos, ¿era Él mi todo? Cuando nuestra reputación, creencias doctrinales, e integridad fueron brutalmente destruidos, ¿podría dejar el esclarecimiento al Juez justo? Llorando, los niños cenando cereal porque yo no podía controlar ya mis emociones, me entregué a Dios nuevamente. Sí, Señor, viviré en la pobreza si así lo deseas, viviré abandonada, odiada y humillada por tu Nombre, nunca abandonaré tu trabajo aunque todas las fuerzas del Infierno obren para expulsarme. Ya no importaba el futuro, había vuelto a encontrar la paz con mi Dios.

Cuando me puse tan enferma, mi sistema nervioso se hizo añicos por completo, el lupus destruyó sistema tras sistema, la vieja pelea comenzó de nuevo. ¿Por qué a mí, Dios? ¿No he sufrido lo suficiente? ¿No hay algún tipo de límite para lo que crees que pueda aguantar? ¡Mira a todos los que me rodean, no han tenido que vivir todo esto! Acostada allí, con demasiado dolor para moverme, esas palabras antiguas del Salmo 73 calmaron mi alma alterada. Entré en el santuario, entonces comprendí el fin de ellos. No me correspondía a mí dictarle a Dios quién debería y quién no debería tener pruebas o dolor, ni podía exigir mi línea de tiempo preferido de castigo. Su voluntad en ese momento era tenerme sujeta, a Su misericordia, y estar totalmente de acuerdo con eso. Tuve que dejar de pelear Su plan perfecto. Si iba a servirle y a  complacerle a través de una enfermedad inexplicable, entonces eso era exactamente lo que tendría que hacer. Su paz volvió a fluir a través de mi mente atormentada y mi cuerpo destrozado.

Hace un par de semanas se hizo muy evidente que, a menos que algo drástico cambiara en mi cuerpo, probablemente estaría muerta antes del fin del año. ¡No podía morir! Tengo un esposo, tres preciosos niños pequeños, toda mi vida aún se extiende por delante de mí. No sería justo que nuestra familia perdiera dos miembros. ¿Cómo, oh Señor, cómo nos ha podido pasar esto a nosotros? Luché valientemente. La oración arrojó una respuesta ligeramente ambigua: Confía en Mí. Estaba desesperada por algo más específico. “Porque Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de vuestro de amor.” Luego, “echando toda vuestra ansiedad sobre Él, porque Él tiene cuidado de vosotros”. Me di cuenta de lo débil que era mi fe. Cuánto dependía de mí misma, de mis medicamentos, de mis médicos. Me di cuenta de que sólo había una forma de avanzar: Fe absoluta, inequívoca e indudable.

Había dos problemas opuestos que necesitaban ser resueltos. El miércoles se resolvió uno. El jueves, el otro. No moriría y, aparte de eso, había sido sanada. Curada de una enfermedad (hipertensión pulmonar) que todos los médicos habían dicho que no solamente era incurable sino también degenerativa. ¡Oh, la alegría, el alivio, la paz que invadió mi alma fragmentada! ¡La bondad de Dios, sin límite, sin fin!

¿Por qué les comparto estas distintas luchas? ¿Por qué exponer mi propio pecado vergonzoso y mi duda? ¿Por qué contarle al mundo experiencias íntimas y dolorosas?

No tengo respuestas, excepto que cuando comencé este blog, el Señor me dijo que les hablara de Él. Quiero que sepas cuán fiel, amoroso y misericordioso es Él, sin importar las pruebas que puedas estar experimentando. Quiero que sepas que Su voluntad siempre es dulce y Sus caminos son siempre maravillosos. Puedes aferrarte a Cristo con seguridad a través de cada valle oscuro, a través de cada tormenta, a través de todas esas largas noches.

Nunca elegiría pasar por estas cosas, nunca pediría noches tan oscuras para supuestos días. Hubo momentos en que me odié por lo lejos que debí estar del Señor para que Él sintiera la necesidad de llamarme tan drásticamente. ¡Qué fría, qué orgullosa, qué autosuficiente!

Y, sin embargo, mirando hacia atrás, estoy profundamente agradecida.

Nuestro Dios es uno de tierna misericordia que ama acercar a sus hijos a su lado. Él ve el otro lado de la vida y trabaja pacientemente en nuestras almas para quemar la escoria y hacer brillar el oro.

La incineración nunca es bonita. Aquí en la selva, talar y quemar es el método preferido para limpiar las tierras de cultivo. Por lo general, se encuentra cerca de terrenos intransitables, llenos de serpientes y escorpiones peligrosos, espinas que se enganchan y plantas venenosas. La quema de terrenos es la única manera de limpiarlos. Caminar más allá de los restos carbonizados deja una sensación un tanto vacía en el interior, hasta que ves esas filas largas y ordenadas de maíz verde brillante que se asoman por encima de la destrucción.

Eso es lo que estamos buscando aquí: El exterminio de todo hábito inútil y dañino para dar paso al precioso fruto del Espíritu. Como Jacob, que dejemos de luchar y que estemos dispuestos a cojear para siempre, completamente conformados al camino que Él ha elegido para nuestras vidas.

Leave a Reply

Fill in your details below or click an icon to log in:

WordPress.com Logo

You are commenting using your WordPress.com account. Log Out /  Change )

Twitter picture

You are commenting using your Twitter account. Log Out /  Change )

Facebook photo

You are commenting using your Facebook account. Log Out /  Change )

Connecting to %s

This site uses Akismet to reduce spam. Learn how your comment data is processed.