(14 Junio 2020)

Dicen que la séptima ola de una serie es siempre la más grande. Debería haberlo tenido en cuenta cuando, sin darme cuenta, enumeré solo seis olas en mi última publicación (en inglés). La séptima ha llegado, y ciertamente cumplió cualquier expectativa mítica o proverbial con respecto a su reputación legendaria.

En la madrugada del 7 de junio, el sonido más hermoso para el corazón de cualquier madre se escuchó en un pequeño hospital, en el centro de la ciudad de Oaxaca. El llanto chirriante y vacilante de una recién nacida probando sus cuerdas vocales por primera vez resonó en los oídos de todos los que estaban a la expectativa. Hubo el anticipado frenesí de succionar, cortar, envolver, y finalmente, ese pequeño bulto precioso, todavía cubierto por 34 semanas de vérnix caseoso, fue colocado sobre mi pecho. Pueda que haya sido la quinta vez, pero no fue menos especial que la primera. Una bebé nueva. Un regalo de nuestro Creador, respirando su aliento de vida. Nuestra propia pequeña Galilea Persis.

No fue hasta un par de días después que nos dimos cuenta de que algo andaba muy mal. Tenía buen color, dormía y se alimentaba bien, era fuerte a pesar de su llegada prematura.

El técnico de rayos X sacudió su cabeza.

Mi corazón voló a mi garganta. Mi mente recorrió de nuevo el camino a una funeraria en Mérida y recordé también la ocasión del flujo rojo después de solo 8 semanas de esperanza secreta. “¡Oh, Dios!”, mi alma gritaba en su desesperación como Pedro, “¡otra vez no!”

El pediatra revisó las imágenes, las envió por WhatsApp a un cirujano (gracias a Dios por los beneficios del 2020) y volteó hacia nosotros para darnos la explicación.

Galilea nació con atresia intestinal. Explicado de manera sencilla: Malformaciones en su intestino delgado. Eso significaba que era imposible para su cuerpo completar el proceso de digestión. Una cirugía era obligatoria.

El cirujano llegó 20 minutos después (¿puedo tener un momento de silencio para agradecer a todos los increíbles médicos que Dios ha puesto en nuestras vidas?) para evaluar a nuestra pequeña bebé, darnos la lista obligatoria de posibilidades impensables, y programar la cirugía.

La mañana siguiente. 10:30.

No dormimos mucho esa noche. Con Galilea siendo sentenciada a la prisión de una cama de luz azul por tener ictericia (color amarillenta de la piel), vía intravenosa y ayuno, no tardó en protestar en voz alta por su desafortunada situación repentina. ¿Por qué mamá no la estaba abrazando? ¿Dónde estaba su leche? ¿Qué de su pequeña y acogedora cuna? La angustia de ver su lucha, sabiendo que yo tenía todo lo que ella quería, nos robó toda la paz y la alegría. Todo lo que pudimos hacer fue acariciar su mano libre y cantar hasta que se nos quebrantó la voz y nuestras lágrimas salpicaban el piso.

Las enfermeras vinieron a buscarla la mañana siguiente.

Cuando se dieron la vuelta para salir, una me preguntó si quería despedirme.

“¡¡¡Sí!!!” Quería gritar, con algunos epítetos selectos incluidos. (En serio, ¿qué clase de pregunta es esa?) En lugar de eso, asentí aturdida y retiré su cobijita para besar su pequeña mejilla. Giró la cabeza y me miró directamente a los ojos, suplicando ayuda. Era todo lo que podía hacer para no arrancarla de los brazos de esa mujer insensible.

David le dio un beso, y luego cerramos la puerta detrás de ellas y nos colapsamos en los brazos el uno del otro, llorando. Ya se habían llevado a otro de nuestros bebés antes. Esa vez fue para vestirlo y colocarlo en un ataúd (en inglés). Los recuerdos llenaron el presente de angustia. Galilea tenía que regresar viva por esa puerta. No había de otra.

Di gracias a Dios por su omnipresencia: Él estaba allí en la habitación con nosotros y abajo en el quirófano con Galilea y el Dr. Gómez. No hay límite para Su consuelo ni para Su poder. Podía calmar nuestras almas y guiar al cirujano simultáneamente. Podía sentarse allí a mi lado y sostener nuestra Galilea también.

Mientras estaba allí sentada, inmóvil, impotente, e ignorando lo que sucedía abajo, el Señor se acercó y llenó mi corazón con la promesa más hermosa. Comenzó con las líneas de un himno muy precioso:

Ten paz, mi alma, Jesús también calmó

al viento, al mar cuando Él aquí vivió.– Kathrina von Schlegel (1697)


Era una noche oscura. El día había sido tan largo y en su agotamiento humano, Cristo se acostó en la popa de ese barco de pesca. Su noble cabeza reposando sobre una almohada, se durmió. El viento se levantó siniestramente, pronto aullando con la locura de un huracán. Levantadas por el aire impetuoso, las olas se elevaban y rompían, cada vez más grandes y con más fuerza. Pronto el barco se estaba inundando. Los discípulos, aunque eran marineros experimentados y estaban acostumbrados a los fenómenos del Mar de Galilea, se pusieron frenéticos. Se dirigieron hacia la popa y sacudieron a Jesús para despertarlo. “¡Maestro!”, gritaron desesperados, “¿¿¿no te importa que perezcamos???”

“Oh, Dios”, me encontré gritando, “¿no te importa que perezcamos, que nos ahoguemos en las pruebas de la vida? Oh, sé que te importa. Así que, por favor, calma la tormenta en el cuerpo de la pequeña Galilea”.

El Señor se levantó. Él no tenía miedo. No había perdido el control. Incluso, mientras Su cuerpo mortal dormía, Él sostenía al mundo, y a ese mismo mar, en Su omnipotente y eterna mano. Hablando a los elementos con Su singular autoridad como Creador, les ordenó que se quedaran quietos. Y ellos obedecieron.

Ah, sí. Y hoy, todavía conocen esa voz dominante, Kathrina. No sé qué pena y dolor experimentaste para escribir ese himno de inconmensurable sabiduría y consuelo, pero ciertamente conocías muy bien al Dueño de los mares.

Oh hombres de poca fe. Caí en confesión de pecado y en los brazos del único cuya voz calma las tormentas y cura los intestinos de los bebés. ¡¿Qué clase de Hombre es este?!


Reforzados por Su poder y las oraciones de tantos creyentes en todo el mundo (incluyendo una reunión improvisada de oración por Zoom), esperamos con renovada esperanza en nuestros corazones.

Cuatro horas después trajeron a nuestro bebé que dormía dulcemente. Resulta que su condición era muy inusual, aun para los médicos, ya que descubrieron que en realidad tenía dos tipos diferentes de atresia. Una parte de su intestino estaba tan estrecha que no había pasaje, y otra sección estaba completamente separada del resto. La recuperación sería lenta y tediosa, con posibles riesgos y complicaciones, pero su carita querida estaba con nosotros nuevamente.

Los intestinos de Galilea tardaron dos semanas completas en funcionar lo suficiente como para irse a casa. La tormenta no se calmó en un instante, pero la débil discípula en la habitación número uno del Hospital Reforma se encontró nuevamente beneficiaria de la oración contestada y del innegable cuidado del Señor. No hubo complicaciones, ni contratiempos, ni una segunda cirugía innecesaria. Cada día de recuperación se convirtió en una victoria, y esa habitación del hospital en una catedral de adoración.

Me sentí obligada a llenar los corazones de mis hijos mayores con una comprensión de cuán bueno es nuestro Dios y que ellos compartan esa adoración. Han visto mucha tristeza en sus pocos años sobre la tierra. A menudo he temido que se vuelvan resentidos o amargados. Cada día que funcionó para encontrarlos en la acera, escucharon no solo cuánto los ama mamá, sino también cuánto los ama Dios. Cuánto le importa. Cuánto los ama Su pueblo también. Quiero que algún día miren hacia atrás en sus vidas y simplemente vean la bondad de Dios, sin importar por lo que fueron llamados a pasar.

Finalmente llegó la mañana en que íbamos a ir a casa. Esperamos, algo impacientes, a que vinieran los médicos por última vez. De repente, una alarma retumbó en el hospital. Entonces, el piso comenzó a temblar. Y a temblar. Salimos volando de la habitación y nos dirigimos a las escaleras. Estábamos desesperados por salir. Las enfermeras nos detuvieron. Las escaleras se mecían demasiado. Tuvimos que sobrellevar un terremoto de 7.5 grados aferrados a una columna en el segundo piso. “¡Señor!”, nuestros corazones gritaban, “¿todo eso solo para ser aplastados bajo un techo de concreto? ¿Es aquí donde termina? Ha habido muchas veces en nuestras vidas de casados que he sentido que los poderes de las tinieblas están literalmente tratando de matarnos. Pero entonces el Señor extiende Su mano y severamente ordena al Maligno que se vaya. “¡Suficiente! Esos son mis hijos. Todavía tengo trabajo para ellos.”

No sé por qué tú o yo estamos llamados a pasar por ciertas pruebas. No sé por qué Dios permite cosas difíciles cuando ya nos sentimos abrumados. No puedo comprender, al igual que el escritor del Salmo 73, por qué parece que ciertas personas nunca sufren mientras mi copa se desborda continuamente con dificultad.

Lo que sí sé es esto:

Es algo absolutamente hermoso ser parte de la familia de Dios. Ser amado y estar en las oraciones de personas de literalmente todo el mundo es una de las cosas más especiales que he tenido.

Dios ciertamente escucha nuestras oraciones. Él hace milagros incluso hoy. Él todavía ordena a las olas y al viento que descansen para Sus hijos temerosos.

Nuestro Padre celestial no emplea la cultura de cancelación. El hombre puede marginar, intentar eliminar a otros, trabajar para borrar nombres. En cambio, Dios obra de maneras misteriosas para reunir a todos Sus hijos para un propósito común.

Dios no siempre necesita grandes truenos y relámpagos para mostrar Su gloria. La mayoría de las veces Él usa a los débiles y humildes para hacer que el mundo se arrodille ante el Dios eterno.

Si no fuera por todas las pruebas amargas de la vida, me temo que conocería a mi Señor muy, muy poco.

Extendiéndose horizontalmente a lo ancho de su abdomen, Galilea luce un estandarte de valor bastante largo. Ella es una luchadora y, a medida que crezca, espero poder mostrarle esa cicatriz y decirle una y otra vez lo bueno que es nuestro Dios y lo bueno que es su pueblo. Quiero que sepa el milagro que es ella, guardada por Aquel que la formó en mi vientre por una razón muy especial.

Muchas gracias a cada uno de los que han orado por Galilea Persis, por nosotros y por nuestros otros tres hijos. Humildemente solicito sus oraciones continuas mientras Gali continúa recuperándose, específicamente para que comience a aumentar de peso adecuadamente.

Dios te bendiga por ser de bendición para nosotros.

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