26 Enero 2023

Hace varias semanas, los niños y yo repartimos calendarios bíblicos para el nuevo año aquí en el pueblo. Ya anochecía y caminábamos lentamente regalándolos a algunas viejas amistades, sonriendo y sintiendo cierta incomodidad al entregar algunos ejemplares a una familia sorda, dejándolos en hogares tan religiosos, tan reacios al evangelio, que parecía inútil siquiera intentarlo. Hablamos con una señora que pensó que yo había muerto, con personas que se habían preguntado cuándo les llevaríamos la suya. Pero lo que realmente quería encontrar era alguien verdaderamente interesado en el evangelio.

Llegamos a una pequeña casa, sus paredes de tablas de palma pintadas de azul brillante, su puerta de madera rojo cereza. Dos tendederos de ropa revoloteaban con la brisa y mientras gritaba a la moda de la tierra, “Buenaaas… Buenas tardeeees…”. Una figura esbelta salió de detrás de unas sábanas ondulantes.

No la reconocí y algo en ella me llamó la atención. “Esta es la persona indicada”, pensé. “Compártele el evangelio”.

Así que intenté, y le entregué el calendario y, como parecía estar intrigada, ofrecí darle más para leer. Ella aceptó, así que le di un tratado. Nos despedimos amigablemente y los niños y yo continuamos por la calle.

Unas semanas después volví a pasar para ver si quería hablar de lo que le había dejado para leer. Ella inmediatamente asintió: “Sí, tengo muchas ganas de hablar. ¿El sábado a las 3:00 de la tarde?”

Estuve de acuerdo.

Por curiosidad en cuanto a su identidad, pregunté a algunas fuentes confiables y para mi total sorpresa, esta joven mansa y tranquila es la esposa del “pastor” de una secta llamada La Luz del Mundo, que ha estado tratando durante años de establecer una iglesia aquí en el pueblo. Nunca han tenido éxito y asignan de vez en cuando a una nueva pareja joven para que lo intenten de nuevo. Lo poco que sabía de sus creencias me dejó nerviosa e insegura, pero sentí que, de alguna manera, ahora más que nunca, mi deber era compartir el verdadero evangelio con ella.

Así que, el sábado terminé de atender a la bebé, lavé los platos de la cena, agarré mi bolso y, con cierta inquietud, me dirigí a mi cita.

Ella me recibió amablemente y comenzamos a conversar, primero sobre nuestras familias y luego sobre cosas espirituales. Mientras ella cuestionaba y mientras cavábamos más profundo, me di cuenta, para mi sorpresa, de la profundidad que tenía que sondear. No, no era solo que tenían otro profeta. No solo que el bautismo salva. No solo que fuera de su sistema de creencias no hay esperanza. Esas cosas se sentían viables, enseñables. Fue cuando me detuvo con una pequeña pausa: “Eso, lo que acabas de decir allí” …me pregunto… “¿acabas de decir que Jesucristo es Dios?”

Mi corazón se llenó de dolor, mi alma de oración, mi mente se apresuró a cambiar de dirección… para retroceder completamente en el tiempo cuando no había tiempo. De vuelta a aquellos días de gloria trina cuando no había humanidad en la tierra que le causara dolor y tristeza, cuando el Padre, el Hijo y el Espíritu existían desde siempre, siendo coiguales, coeternos y coexistentes. Evitando todo tipo de jerarquía en una trinidad perfecta más allá de nuestra comprensión.

Quizás más que cualquier otra cosa, era lo de la trinidad y Cristo: Él es Dios y Hombre. Esto requiere la fe de un niño para creerlo. Con razón ella no puede ver que la muerte de Cristo en la cruz es suficiente. ¿Cómo podría ella, si Él sólo obtuvo la divinidad por lo que hizo, dejando el castigo de nuestros pecados a un hombre que era “la ayuda idónea de Dios” – sus palabras. ¡Ningún hombre, incluso uno muy favorecido, podría soportar los miles de millones de eternidades de castigo por la raza de Adán! Por supuesto que no podría ser suficiente. Pero, oh, la maravilla, el deleite, la paz en saber que, en verdad, fue Dios en carne quien cargó con mis pecados; el infinito tomó el lugar de la criatura finita, el perfecto por el pecador, el Príncipe de la Vida por las frágiles criaturas de las tinieblas. Ningún bautismo, ninguna iglesia, ninguna buena vida podría jamás acercarse siquiera para cerrar la brecha entre un sacrificio imperfecto y mi condenación.

Su ceguera me abrumaba y me entristecía. Ninguna cantidad de exposición sobre la grandeza de Cristo podría arrojar la luz necesaria, y esto me fue ejemplo muy claro de la invaluable obra del Espíritu Santo contendiendo con el hombre.

Nos despedimos, y ella me sugirió que yo volviera otro día. Salí de su casa exhausta.

Como un estallido post adrenalina, como una aljaba vacía, un arco roto, como una reina que deja caer su joyero al fondo del mar.

Me recordó una cita del libro “The Story-Book of Science” que le estoy leyendo a mi hijo de seis años. El tío Paul les dice a los niños que “el trabajo mental agota nuestras fuerzas mucho más rápido que el trabajo manual, porque requiere lo mejor de nosotros mismos, nuestra alma”.

Y si el trabajo mental es el culpable de tal agotamiento, ¡cuánto más el trabajo del espíritu!

Esta mañana limpié un montón de hiedra alrededor de nuestras ventanas. Todavía me arden las manos con ampollas, mis tendones se quejan con cada movimiento de mis dedos sobre el teclado. Pero entré a la casa con esa tarea terminada, despierta y viva, lista para amasar un poco de pan y hacer un poco de sopa. El malestar físico no afecta el espíritu ni el alma.

Una hora y media sentada en silencio tratando de defender la divinidad de mi Salvador me dejó completamente abatida.

Esa noche llevamos a algunos de los creyentes a la playa; la charla sana y las olas tranquilizadoras obraron su magia restauradora.

Entonces, como algunos me habían preguntado, ¿voy a verla de nuevo? La verdad es que la respuesta es que no lo sé. Ella es una alma que necesita al Salvador y quizás el Espíritu necesita un poco más de tiempo para contender con ella. No soy teóloga ni evangelista para satisfacer adecuadamente las necesidades de ella y ciertamente el Señor no me necesita para llegar a ella. Pero estoy aquí. Y si Él llama, yo responderé.