26 octubre, 2022

Pedí que Su Nombre fuera glorificado en nuestros día. Era una petición habitual, un deseo común.

Armada con mi pequeña oración, nos embarcamos en el día. La expectativa interna era que ante mí hubiese un día agradable, uno de tranquilidad y niños obedientes. Él sería glorificado en nuestra felicidad familiar, en nuestro horario fluido, en nuestras tareas ordenadas. Iría delante de nosotros, quitando cada piedra, enderezando las curvas, igualando las colinas. Dios recibiría toda la gloria por un hogar ejemplar.

Excepto que el día fue un absoluto desastre. Todo propósito se frustró. Todo trabajo se retrasó. Las relaciones se tensaron, la sabiduría se secó, el concierto malabarista fue un fracaso. Me sentí inhumana, un caparazón meramente existente que luchaba contra la ira y la frustración, la decepción, y el estrés.

“¿Y tu gloria, Dios mío? ¿Dónde está ahora tu gloria?

Y fue entonces cuando me di cuenta con horror que mi oración había sido por mí, no por el Dios del Cielo. El deseo de Su gloria fluía vilmente de un manantial que burbujeaba con mi propia tranquilidad egoísta y orgullo, como si Él fuera a ser más glorificado a través de un día perfecto producto de mi imaginación.

En cambio, su gloria se encontraba en cada momento de mortificación del pecado, en cada instancia de templanza y paciencia. Él no fue glorificado en mi providencia sino en mi reverencia de Él y mi sometimiento a Él. 

Él conoce muy bien mi larga lista de cosas por hacer. Él cuenta los segundos de mi día. Ve las responsabilidades externas, los compromisos internos, los empujones y tirones de cada hijo de Dios. Si Él impide o permite que se haga el trabajo, eso está en Su santa providencia.

¿Por qué todavía luchamos tan duramente contra Su mano que nos guía? ¿No es ese exactamente la encrucijada en donde la frustración brilla más? Ante cualquier desilusión, grande o pequeña, tengo dos opciones opuestas. Puedo murmurar y resoplar al viento sobre la injusticia de la vida, o puedo dejar tranquilamente este cambio a mi Dios de sabiduría providencial, y confiar en que Él continuará ordenando mi día y mi vida de una manera que verdaderamente le traiga gloria. ¡Oh, cuántas veces he cedido a la primera! Con vergüenza confieso cuán pocas veces he confiado plenamente en el Señor, o he cantado con verdadero placer: “En tu mano están mis tiempos, Padre, prefiero que sea así”.

El día siguiente también tuvo sus desilusiones, muchas de ellas, y así será todos los días. Dios recibe mayor gloria en los días de sumisión más profunda, de entrega más libre. El Padre es glorificado, Cristo es glorificado cuando los hijos caídos de Adán se levantan victoriosos del lodo con “Cristo en mí” impreso en sus almas.

A menudo pienso en el Señor, yendo a un lugar solitario a orar y la gente siguiéndolo. Verdaderamente Él es el Gran Sumo Sacerdote que ha sido probado en todo como nosotros. En ese momento, Él abrió el camino hacia las profundas canteras de la gracia que se encuentran en la providencia de Dios, para cada ama de casa cansada, para cada servidor público sobrecargado.

Si la Providencia y la Gloria son la porción de Dios, que la mía sea la paz y la alegría.