Publicado el 15 de Noviembre de 2022

Después de un pequeño receso de celebrar reuniones en las casas, estamos de vuelta. Durante unos meses, tuvimos nuestra reunión semanal del evangelio en el local en el que nos reunimos. Resultó como sospechábamos. Nadie estaba motivado para invitar a sus vecinos. Así que, por supuesto, nadie entró. Esta no es una metrópolis con curiosos transeúntes que deciden asomar la cabeza e investigar las cosas. Este es un pueblo pequeño donde todos tienen algún tipo de parentesco, donde las disputas de hace una década todavía hierven a fuego lento bajo la superficie, donde tus creencias religiosas son los chismes del pueblo. Hay muy pocas posibilidades de que alguien simplemente entre al local. Una invitación personal es vital.

Así que es mejor en el patio. Transportamos las sillas del local a otros puntos en el pueblo y nos instalamos en el patio de quien sea el turno. Esa familia siente la responsabilidad de llenar las sillas. Este no es ahora el trabajo del misionero, o de la iglesia en general, aunque todos colaboramos. Llevas a tu familia y a tus amigos a tu patio. Luego, en la bondad de Dios, se arrepienten y confían en Cristo y comienzan a asistir a las reuniones regulares. No es una fórmula, es solo la forma en que las cosas suelen funcionar aquí.

El viernes pasado fue nuestro turno. Fuimos en familia invitando a la gente y luego fuimos a casa para hacer trece litros de limonada de nuestros árboles de limón que casi se caen de lo  sobrecargados que están, y alistar todo para la reunión.

La gente empezó a llegar poco a poco, llenando los asientos que habíamos traído del local, luego llenado también nuestra sillas adicionales de plástico, y luego llenando las sillas que sacamos del comedor. Empezamos a cantar y los monos aulladores se aunaron al coro, luego los perros comenzaron a ladrar. Ya sea una cacofonía para los vecinos o una hermosa melodía para los oídos del Señor, probablemente depende de qué tan bien entrenado esté su oído para la adoración peculiar del reino animal.

Así que juntos alabamos al Redentor y escuchamos de nuevo la historia más maravillosa jamás contada.

Como humanos, somos propensos a la rutina. Por lo general, eso se considera saludable, pero en un sentido espiritual, una mera rutina puede volverse perjudicial. ¿Simplemente hacemos los movimientos: asistir a las reuniones, decir las mismas oraciones generales, escuchar los mismos mensajes generales, invitar a las mismas personas (tal vez)? No hay cambio, ni crecimiento, ni entusiasmo, pero bueno, ¡lo estamos haciendo! A veces, nosotros (¡yo!) tendemos a trajinar por caminos bien pisoteados cuando, en cambio, podríamos zarpar en una pequeña embarcación tipo goleta con una brisa fresca ondeando las velas y llenándonos la boca de sal y cabello, y adentrándonos en aguas desconocidas. Es hermoso rodear un cabo extraño con Cristo al timón y encontrarse limpiando la cubierta del barco en este viaje increíble.

Durante años, otra asamblea a una hora de distancia ha estado luchando. Hemos invitado. Hemos tenido reuniones al aire libre. Hemos tocado puertas y caminado por los parques repartiendo literatura. Nos hemos rascado la cabeza y roto el corazón preguntándonos por qué el Señor no parecía bendecir. Hasta que un día simplemente lo hizo. Y llenó el local, y salvó, y restauró, y trajo familias de regreso. Ni siquiera estábamos en casa en ese momento. Dios realmente no nos necesita; también es bueno recordar eso. Él encuentra gozo en nuestras labores de fe, pero también encuentra gozo en revelarse a nosotros.

Creo que eso es lo que es especialmente maravilloso acerca de este trabajo que Dios nos ha dado a todos para hacer. Podemos invitar y tener reuniones y servir un refrigerio y sonreír y responder preguntas y todo lo demás, pero sólo somos sus obreros, sólo llamados a ser fieles. Él sigue siendo el único que da el crecimiento. Alabado sea el Señor.